El Real Madrid levanta la Decimotercera con la ayuda de Karius

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La lesión de Salah y los fallos del guardameta del Liverpool facilitaron la victoria blanca. Marcaron Benzema y dos veces Bale, autor de otra chilena memorable

Durante décadas, cualquier ademán de chulería, poderío o clase en un defensa se sancionó popularmente con un «a lo Beckenbauer». Era como comparar a alguien con Michael Jordan o con Tyson. Más que una comparación era una figura retórica. Pero Ramos levantó en Kiev como capitán su tercera Champions (tiene cuatro) exactamente como hizo Beckenbauer. No es ninguna exageración. Es más, se queda corto. Si se cruzan en un ascensor, es Beckenbauer el que tiene que saludar a Ramos.

El Madrid instaura con su Decimotercera Champions una hegemonía desconocida en Europa desde los años 70. Podíamos explicar al Ajax de Cruyff, el Bayern de Beckenbauer, el Milán de Sacchi. Pero esto del Madrid es inexplicable. El Madrid es una mezcla entre los Globetrotters y Disney con un secreto que se parece más a la fórmula de la Coca Cola que a una filosofía de juego. El partido tuvo dos lesiones, una chilena y dos cantadas. Un renacimiento y una muerte deportiva. Fue una final extravagante, como solo puede serlo un cóctel hecho con la energía de Klopp, la suerte-designio de Zidaney los figurones del Madrid.

La lesión de Salah cambió la final. Ramos, el agente por el que la flor de Zidane elige manifestarse, le hizo una falta y se aseguró de tenerlo bien cogido del brazo para que el rápido egipcio no se le escapara. La caída fue mala y se lesionó. No hubo alevosía, pero esto va a condicionar mucho la proyección de Ramos (y su yeguada) en el mundo árabe.

La lesion llegó justo en el peor momento del Madrid, que con la alineación de Cardiff había intentado sin éxito imponer un juego elaborado. Era incapaz de dar tres pases, Isco quedaba muy lejos y Casemiro estaba haciendo el peor partido de su carrera. Las pérdidas de balón eran constantes. El Liverpool es como un resumen de la evolución cronológica del desarrollo del fútbol: base inglesa, un cerebro brasileño (Firmino) y dos alas africanas, de una frescura excitante y nueva. Y todo eso dirigido para colmo por un entrenador alemán.

Firmino dirigía la presión alta del Liverpool, y se imponía con éxito a Casemiro. Isco no aparecía o aparecía muy lejos. En los fallos del Madrid, que eran de tipo epidémico, no solo había falta de acierto o velocidad. Con los minutos empezó a estar claro que cundía un miedo a la velocidad del Liverpool. La verticalidad de Salah y Manéexigía prudencia, pero también llegaban los laterales. Robertson centró, hubo algún córner para el peligroso Van Dijk, y en el 23 Navas le detuvo un balón a Alexander-Arnold tras ocasión previa de Firmino. El plan del Madrid había sido tocar, pero no daba tres pases. Solo hubo una ocasión en una jugada directa y personal de Cristiano. La sensación era que la pegada y la velocidad se la había dejado en el banquillo.

Pero en el 30 se fue Salah y el Liverpool quedó cojo. Mané se fue a la derecha y Lallana ocupó la izquierda. Era ya un equipo normalizado. Perdió su salida el Liverpool y el Madrid perdió el miedo. Aunque Carvajal se lesionara minutos después y abandonara el campo entre lágrimas como Salah, el intercambio de lesiones dejaba un saldo incomparable. El Madrid, sin el castañeteo de dientes, comenzó a tocar de otro modo. Se vio ya el caracoleo de Isco; Benzema, magnífico, se sumergía como un batiscafo buscando la jugada, y Marcelo extendía su ala de fútbol. El Madrid ya era el Madrid y acabó la primera parte atacando y con la pelota. Gol anulado a Benzema tras larga posesión, ocasión de Nacho y chut último de Benzema.

Al descanso se fueron los dos equipos con empate, pero con situaciones muy distintas. El Madrid estaba entero y con un mundo de promesas en el banquillo. El Liverpool se quedaba sin su rey egipcio, solo con Firmino, el puñal de Mané y el recurso místico de invocar aquella final suya de Estambul en 2005.

Klopp se colocó en un prudente y más ordinario 4-4-2 y tras el descanso todo siguió ya el mismo guión. El Madrid tenía la pelota y ya se veía la sideral distancia entre Kroos, Modric y la media inglesa. Isco tiró al palo y luego vino el 1-0, un cante de Karius que aprovechó Benzema de forma casi idéntica a su gol contra el Bayern. Cuando se puso a morder por fin a los porteros acabo decidiendo la semifinal y la final contra porteros rubios, alemanes, guapos e imberbes. Parecía una autocita del Madrid. Benzema estaba repitiendo algo. La flor se replicaba.

Pero el Liverpool sorprendió. Empató en un córner en el que Lovren se impuso y Mané llegó antes.

Si era de temer una resurreción espitirual del Liverpool, electrizado por el gol, duró poco. Otra vez se desencadenó la epifanía madridista. Zidane retiró a Isco, metió a Bale pues el partido estaba más que anglosajón, y todo le salió como si respondiera a un sueño del francés. Así están siendo estos años: el cuento que Zidane escribiría. Vivimos una fantasía de Zizou. Apostó por Benzema y fue el mejor; quedaba Bale por integrar en el final feliz y un pase de Marcelo lo cazó con una chilena inverosímil para el 2-1. Era el gol de Cristiano desde la otra banda y con otra pierna ¿Su último partido? El mejor Bale conocido.

Era el cierre perfecto de la temporada. Bale, que era el marginado de la evolución del equipo, aparecía para ganar al final para ganar la Champions como ya gano aquella Copa que abría un ciclo.

Aun respondió el Liverpool. Mané tiró del equipo y chutó al palo. La final era antigua, mala de juego, asombrosa de lances, y hasta peligrosa. Cristiano tuvo un par de contras pero se la quitó Robertson. Era la noche para que se redimieran el resto de la BBC. Aún había final porque el Liverpool no cejaba y el Madrid no encontraba el camino de las contras. Bale pedía balones que no le llegaban. Cuando pudo le metió un pase de exterior perfecto a Benzema. Bale estaba pletóricoy en su ascensión se llevó a Karius en el 3-1: chut de lejos y clamoroso fallo de manos blandas.

Pocas veces se ha visto un hundimiento personal como el de Karius. Hay que temer no ya por su carrera, sino por su vida. Faltaba el gol de Cristiano y cuando estaba a punto, encarando a Van Dijk, saltó un espontáneo inglés. La perfección era ya insoportable y del portero no se fiaban.

¿Que el 13 trae mala suerte? Eso era antes. Olviden el 12+1 de aquella España supersticiosa. La Decimotercera del Madrid es un trébol colosal. El Madrid va a por el Madrid. Va a por Gento y Di Stefano. Ha destrozado a sus rivales con una mezcla de encantamiento y calamidades en la Champions más excepcional de todas. El Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer dominaron el fútbol. El Madrid ha ido más allá: ha controlado lo que rodea mágicamente al fútbol.

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