La dimensión humana y la discriminación racial del inmigrante

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Quien piensa y logra realizar la emigración debe sufrir el traumático trance del desarraigo de su hogar, costumbres y un sin fin de detalles. Emigrar es de valientes ya que, en la gran mayoría de los casos, se emigra porque no se vive en un «paraíso» y se expone a la aventura dirigido por la necesidad convirtiéndose muchas veces en un ser desprotegido desde el principio y vulnerable a la crueldad de un nuevo sistema o un nuevo idioma.

Desde tiempos memorables el ser humano emigra, en búsqueda de nuevas tierras, ríos, climas apropiados, desarraigo de sus tribus, etc., Hoy el sistema e intereses capitalistas obligan al ser humano salir desde las entrañas de su hogar haciendo con esta decisión que sea el mísmo emigrante que cargue con todas las de perder.

Los grandes y desproporcionados sueños de la emigración, confiando en ganar sueldos que eleven su nivel de vida, hacen de nuestros jóvenes perder la perspectiva de la realidad y ser incautos frente al gran desafío que les espera lejos de su terruño.

“Después de mi experiencia personal como expatriado he pensado muchas veces que los inmigrantes progresan en el exterior no porque les sea esencialmente propicio sino porque al no tener amigos, no tener familia, no saber donde divertirse, estar continuamente “en el aire”, dando gracias a Dios por tener un trabajo todavía a “escondidas”, pues no le queda otra opción que trabajar quince horas por día y soñar que va a descansar alguna vez” – dice un emigrante.

La erradicación de su clima, el corte con su mundo y sus hábitos, la exposición de su mente “regionalizada” en su experiencia personal, a otro ambiente, sin el amparo de los seres queridos, sin las leyes que en su tierra lo protegían y, en muchas ocasiones, perseguido por las autoridades, explotado por los empleadores y segregado por la sociedad, así viven los indocumentados las presiones necesarias para explotar contra el sistema y dejar su nota de justificación al tema conveniente de la seguridad; “el inmigrante y la violencia, el inmigrante y la delincuencia”.

El estrés sumado a la tensión de la persecución, los atropellos ya hasta legalizados contra los derechos del básicos del ser humano, la explotación laboral y el racismo popular “fermentado” en el aire vivencial de cada día, hace difícil la vida de los inmigrantes que no merecen tales abusos.

Más bien, al contrario, no han hecho sino fortalecer la economía de los países huéspedes, proporcionando además de la prometedora interacción, sus vastos conocimientos artísticos, místicos, filosóficos y culturales y la promesa de una mejor vida y «äyudar a mi familia».

 

Desde los años 80′ los dominicanos hemos emigrado paulatinamente hasta volverse al dia de hoy en casi una obsesión en la psiquis colectiva, tal como lo percibimos a diario en nuestra oficina. Emigramos por trabajo, por necesidad, por amor, por violencia, por pura ilusión, sin darnos cuenta que muchas veces salimos a dar servicio a los más fuertes que nosotros debilitando nuestra Madre Patria. Nos queda mucho camino por emigrar interiormente……..

 

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